martes, 11 de octubre de 2011

EL PROBLEMA DEL CONOCIMIENTO EN LA MODERNIDAD


§ 1. La Modernidad es una época compleja en la Historia de la Humanidad y del pensamiento en particular. Desde el siglo XII, con el surgimiento de la (alta) Escolástica y la relectura de la obra del filósofo Aristóteles, especialmente de su Lógica y Metafísica, se fueron creando grandes sistemas de pensamiento que intentaron reemplazar a los (religiosos) que venían dominando durante la Edad Media, marcadamente cristiana y neoplatónica (salvo algunas excepciones, tal como se nos presenta a Boecio). Y he aquí donde debemos ubicar el germen del “pensamiento moderno” (en el antiguo y medioeval llevado hasta la plenitud) al mismo tiempo que la necesidad de un renacimiento filosófico más profundo e integral.

§ 2.1. El siglo XV trajo consigo la “revolución universal”, proveniente de muchos y diversos epicentros, y la puesta en crisis no solo el pensamiento medioeval y escolástico, sino de todos los antiguos paradigmas (y a la Tradición en general). Los avances de la ciencia fueron responsables destacados en la crítica y revisión de los antiguos paradigmas de pensamientos. En éste tiempo, el hombre volvió sobre sí, dejando de lado la fe y las cosmovisiones religiosas, así como las tradicionales explicaciones cosmológicas, y se propuso reflexionar de un modo nuevo.

§ 2.2. El Renacimiento y el Humanismo han sido dos fenómenos inmediatos del cambio de mentalidad que estaba padeciendo el “hombre nuevo”, moderno, y todo aquello que el hombre había adquirido con su esfuerzo intelectual y racional a lo largo de la historia comenzó a ponerse en tela de juicio y someterse a una severa crítica. Entonces, un escepticismo generalizado comenzó a impregnar todos los ámbitos de la vida del hombre –hasta la tierra, otrora firme, se volvió objeto de duda, pues la visión geocéntrica fue reemplazada por la heliocéntrica, y la teocéntrica fue superada por una antropocéntrica.

§ 3. Todas las cosas, en estos tiempos modernos, se podrían explicar desde el hombre y su entendimiento y experiencia. El tema filosófico principal será ahora: el conocimiento (mismo) del hombre. En efecto, tantas concepciones se creyeron dogmáticamente durante siglos... tanto se impuso la “objetividad” y verdad de las cosas, más allá de la diversidad de matices, que, al parecer desmoronarse todo, hasta la misma posibilidad de conocimiento del hombre se volvió el centro de las críticas más mordaces. Por eso, “el problema del conocimiento” del hombre (su origen, alcance y esencia) será el tema central de la Filosofía moderna.

§ 4. Como siempre, nos encontramos con distintos filósofos y distintas posturas, y también con filósofos antecedentes, entre los que se destacan el italiano Tomás de Aquino y el inglés Guillermo de Ockham, ambos pertenecientes, a su modo, a la Escolástica y con doctrinas opuestas. Tomás de Aquino fue quien reinterpretó toda la filosofía de Aristóteles, poniendo en el centro del escenario filosófico la doctrina del ser y la posibilidad de su conocimiento, a través del proceso de abstracción (cuyo puerto era la adquisición de la “esencia” universal de las cosas), y de su expresión, a través de la Lógica y el lenguaje. Por su parte, Ockham, negó la posibilidad de todo conocimiento universal y se limitó a considerar solamente lo singular concreto, recortando todo aquello que escapara a la razón, al tiempo que destacando la pobreza de las palabras para expresar adecuadamente las esencias de las cosas.

§ 5. Evidentemente que el hombre, por su inteligencia y sus sentidos, conoce, pero qué es lo que conoce cuando hace experiencia (personal) de las cosas (exteriores a su sensibilidad). Y he aquí ya la presentación primera de los dos elementos fundamentales en todo acto de conocimiento: el objeto y el sujeto. Y también he aquí los elementos más discutidos. En efecto, en el resultado del proceso del conocimiento, ¿dónde termina el sujeto y comienza el objeto? O, dicho de otro modo, ¿qué es lo que existe, de modo verdaderamente objetivo?

§ 6. Para algunos filósofos el resultado del proceso del conocimiento dependía de algunos conceptos (ideas) con las que el hombre había nacido (siendo, de éste modo, innatos). Pues el hombre no venía con el “entendimiento vacío” (tal como afirmaban los empiristas, Locke y Hume), sino que estaba ya, desde el nacimiento, “esculpido por ciertas ideas” (y estos eran los racionalistas innatistas, entre los que se destacan Descartes y Leibniz). Y ésta primera distinción es la que refiere al origen o fundamento del conocimiento (considerado como realidad final y cierta). En efecto, casi todos los filósofos coinciden en que el conocimiento comienza por la sugerencia de los sentidos, pero para los racionalistas, con las “noticias sensoriales” (o datos de las percepciones) se pone en marcha a un conjunto de ideas (que ya están en el entendimiento, y que no proceden de ninguna experiencia) que finalmente terminan edificando el conocimiento. Para los empiristas, en cambio, no hay nada en el entendimiento que no haya éste extraído de la experiencia, o que haya edificado inventado a partir de ella. El conocimiento es una realidad construida por la mente, pero su materia es íntegramente empírica. El entendimiento crea, construye, ordena, inventa, para ambos tipos de filósofos, pero la argamasa es la que cambia. Mientras para los empiristas entendimiento y experiencia-de-los-sentidos-externos es la materia del conocimiento, para los racionalistas se edifica el conocimiento en un diálogo recíproco entre ideas, datos sensoriales y la actividad de la mente o entendimiento.

§ 7. Habrán, desde ya, autores que contradirán los pensamientos de los anteriormente expuestos, afirmando, la imposibilidad misma de cualquier clase de conocimiento (Nietzsche y algunos escépticos), por encontrarse objeto y sujeto en dos esferas completamente diferentes e inconciliables, al tiempo que incognoscibles de modo definitivo; aquellos que tratarán de conciliar el racionalismo con el empirismo, afirmando que existen cosas objetivas pero subjetivamente conocidas (Kant), y que la razón tiene ideas (con las que puede sintetizar los datos de la experiencia), aunque todo sus conocimientos procedan de la sensibilidad; y aquellos que, directamente, niegan toda realidad extramental, todo objeto-y-objetividad, afirmando que la existencia es tal en tanto y en cuanto “es percibida” por un espíritu (Berkeley).

§ 8. Con los autores del “idealismo alemán” la filosofía moderna tradicional da otro vuelco importante. Trascendiendo el kantismo, la Filosofía abandona el antiguo objeto fundamental de su reflexión, que es la cosa exterior (cosa en sí) u objeto de la conciencia, y se atreve a dar un giro radical. Los filósofos idealistas (J. G. Fichte, F. W. Schelling y G. W. F. Hegel) ya no consideran a la cosa en sí (o realidad objetiva) el objeto del conocimiento, sino que centran toda su atención en el sujeto conciente (o cognoscente) o yo (singular, finito, tal como se concibe al entendimiento humano) contingente.

§ 9.1. El punto de partida de toda la filosofía idealista es la disolución de la distinción (Schelling) fundamental que hizo la gnoseología clásica entre el sujeto (o yo cognoscente) y objeto (o lo conocido). En efecto, el idealismo pasa (inmediatamente) de la admisión del yo (sujeto) y no-yo (objeto) a la identificación de uno y de otro en la conciencia, y ésta disolución (de los polos gnoseológicos) es posible gracias al ansia de superación que trajo consigo la mismísima noción de progreso universal.

§ 9.2. La identificación de yo y no-yo (Fichte) tiene, para estos pensadores, una suerte de doble fundamento. Uno, inmanente (y que está más acá del sujeto), tal como es la actividad de su propio entendimiento, y otro trascendente, que es la existencia de un Yo superior, en el que se unifica, en última instancia, toda oposición (incluida la que existe entre sujeto y objeto). A este Yo Absoluto se lo considera de carácter divino o como al dios mismo, según el caso. Y es que el idealismo alemán es descendiente del pensamiento del filósofo Baruch Spinoza, quien consideraba a todas las sustancias (participaciones) de (la) naturaleza divina (aunque en distintos grados), susceptible de descubrimiento y conocimiento racional (es decir, filosófico), pues se halla la naturaleza (divina) en continua manifestación a la razón o conciencia.

§ 10. Ahora bien, es importante el modo como los idealistas explican esta manifestación en la Historia de esta sustancia divina, Dios, Pensamiento, Espíritu o Yo Autoconciente absoluto e infinito. La manifestación –dicen– es dialéctica, es decir, progresiva y se da a través de opuestos. De esta manera, la historia es considerada como un proceso (el escenario) en y por medio del cuál se despliega (y manifiesta) el Yo-Absoluto (que deviene, y en el Devenir que hace con su devenir).

§ 11. El proceso de progreso indefinido es racional, esto es, inteligente, no al azar; no permanece oculto al hombre sino que puede conocerse por medio de la razón (que es cierta participación directa de la Razón Absoluta). La filosofía, en particular, será la encargada, de descubrir y mostrar este despliegue del Espíritu, y ayudar a los hombres a tomar conciencia del mismo, a fin de hacerse cierto uno en el todo, asumiéndose como parte y mero momento del proceso.

§ 12. Precisemos un poco más. Para los idealistas, detrás de la realidad cotidiana que aparece a la conciencia nuestra, se da la gestación, el entretejido imperceptible, de este proceso (de ser y mostrarse el Espíritu Absoluto). El proceso dialéctico, y consta de tres momentos o instancias: el primero es de afirmación (tesis), el otro, el segundo, es de negación (anti-tésis) de aquella tesis, y el tercero es de superación de aquellos opuestos (síntesis). Este progreso (noción que toma el “idealismo” del Romanticismo alemán y que lleva hasta el extremo) se realiza mientras se van dando estas instancias, y de modo inexorable (necesario) e ininterrumpido. Así, la historia, y todo lo que (contingentemente) existe (y se da en ella), es un gran Fenómeno, una manifestación o fenomenología del Espíritu Absoluto divino (Hegel). -


Prof. Pablo H. Bonafina.-